NATUROPATÍA: SOMOS LO QUE COMEMOS

Naturopatía: Somos lo que comemos

Somos lo que comemos y cómo lo comemos. Aspectos físicos y metafísicos de la enfermedad

En el iris de los ojos humanos se revelan dos aspectos al investigador: uno es la Salud Constitucional, que se manifiesta por el tejido compacto y color uniforme del iris, demostrando así buena estructura en el organismo que estamos observando. El otro estado es la Salud Funcional que, aunque se presente un iris de calidad aparentemente inferior al constatar el tejido irregular de sus fibras, su color se ve limpio y uniforme en toda la extensión del tejido iridal, revelando así normalidad digestiva, respiratoria y eliminadora de la piel, por equilibrio térmico del cuerpo.

El hombre sano NO EXISTE, sino como rara excepción y hay que buscarlo lejos del ambiente civilizado. Muchas personas que se creían exponente de salud y que llevaban la vida sin problemas, pues jamás habían tenido malestares, mueren repentina y prematuramente, lo que nos manifiesta que estaban enfermas y que, a pesar de que no se daban cuenta de ello, era debido a que sus defensas naturales estaban vencidas por intoxicación crónica.

Vivimos en una época en la que la medicina continuamente ofrece al asombrado profano nuevas soluciones, fruto de unas posibilidades que rayan en lo milagroso. Pero, al mismo tiempo, se hacen más audibles las voces de desconfianza hacía está casi omnipotente medicina moderna y su industria  farmacológica. Cada día hay mayor número de personas que confían más en los métodos, antiguos o modernos, de la medicina naturista o de la medicina homeopática, que en la archicientífica medicina académica. No faltan los motivos de crítica -efectos secundarios, mutación de los síntomas, falta de humanidad, costes exorbitantes, y otros muchos.- pero más interesante que los motivos de crítica es la existencia de la crítica en sí, ya que antes de concretarse racionalmente, la crítica  responde a un sentimiento difuso de que «ALGO FALLA»  y que el camino emprendido no conduce al objetivo deseado.

Los procesos funcionales nunca tienen significado en sí. El significado de un hecho se nos revela por la interpretación que le atribuimos. Por ejemplo, la subida del mercurio en una columna de cristal carece de significado hasta que interpretamos este hecho  como una manifestación en un cambio de la temperatura. Cuando las personas dejan de interpretar los hechos que ocurren en el mundo y el curso de su propio destino, su existencia se disipa en la incoherencia y el absurdo. Para interpretar una cosa hace falta un marco de referencia que se encuentre fuera del plano en el que se manifiesta lo que se ha de interpretar. Por lo tanto, los procesos de este mundo material  no pueden ser interpretados sin recurrir a un marco de referencia metafísico.

Como llegamos hasta la enfermedad; los caminos pueden ser múltiples y variados, pero siempre y en diferentes épocas existieron y existen estudiosos con expresiones y formas muy claras y coincidentes, uno de los más importantes que a su vez creó escuela decía.: «Que tu alimento sea tu medicina» -Hipócrates-.

-Lavoisier- en el año 1780, demuestra que la respiración animal, no es sino una combustión, que la vida es una función química y que un animal que respira es «un cuerpo combustible que se quema así mismo». En el caso del Ser Humano, la primera muestra de su teoría podría empezar por la propia «MITOCONDRIA» que como muy bien se define en el libro del cuerpo humano, es la Verdadera Central Energética dónde tiene lugar el proceso de la respiración celular y la descomposición de grasas y azúcares para la obtención de la energía imprescindible para que la célula pueda desarrollar sus funciones.

A partir de este punto y teniendo en cuenta que las células son el elemento estructural y funcional básico del organismo humano y que a su vez su agrupación dan lugar a los tejidos y que estos a su vez a los órganos, los cuáles acaban organizándose en sistemas.

Existen en el mercado infinidad de métodos, sistemas hasta milagros que ofrecen la dieta perfecta, las calorías adecuadas, los colores necesarios de los alimentos, etc. Pero resumiendo e integrando de una forma sencilla y clara, las diferentes consignas de criterios consensuados, demostrados, seguidos y valorados por numerosos naturópatas, es la Doctrina Térmica de la Salud, en la que los preceptos de la ley natural impone al hombre como condición para mantener la normalidad orgánica, vale decir la salud, las siguientes reglas.:  

  1. Respirar aire lo más  puro posible.
  2. Comer exclusivamente alimentos naturales.
  3. Beber únicamente agua natural.
  4. Tener la mayor limpieza posible en todo.
  5. Vestir con materiales naturales y de manera holgada.
  6. Mantener una buena actitud ante las circunstancias, procurando siempre estar alegre.
  7. Ejercitar el cuerpo y sus partes de una forma saludable y equilibrada.

En sí tal y como menciona el último capítulo -Régimen de Salud con Equilibrio Térmico- del Tomo de «Conocimientos Básicos» del Curso de Naturopatía, reza: «Cultivad vuestra piel metódica y progresivamente, ensanchad vuestros pulmones, vitalizad y oxigenad vuestra sangre y haciendo poco a poco del aire libre, del agua y del sol, vuestros mejores amigos. No habéis de temer de ningún peligro. Estos son los principales secretos para un equilibrio térmico de la salud».

Y qué decir de la Sangre, ese líquido viscoso y de color rojo que recorre el interior de los vasos sanguíneos y el corazón. Y cuya principal misión consiste en transportar a todos los rincones del organismo el oxígeno y las diversas sustancias nutrientes.

La sangre es la vida misma

La sangre es la fuerza primordial que impulsa el poder y misterio del nacimiento, los horrores de la enfermedad, la guerra y la muerte violenta. Se han construido civilizaciones enteras sobre la base de los lazos de sangre. Las tribus, los clanes y las monarquías han dependido de ellos. No podríamos existir -literalmente ni figuradamente- sin la sangre.

La sangre es mágica, es mística, es alquímica. Aparece a lo largo de la historia humana como un profundo símbolo religioso y cultural. Los pueblos de la antigüedad la mezclaban y bebían para denotar unidad y fidelidad. Desde los tiempos más remotos, los cazadores efectuaban rituales para apaciguar a los espíritus de los animales que mataban, ofrendando la sangre del animal con la cual untaban sus rostros y cuerpos. La sangre del cordero se depositaba sobre las barracas de los judíos esclavizados de Egipto para que el Ángel de la Muerte no los tuviera en cuenta. Se dice que Moisés convirtió las aguas de Egipto en sangre para liberar a su pueblo. Durante dos mil años, la sangre simbólica de Jesucristo ha sido fundamental para el rito más sagrado de la Cristiandad.

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La sangre evoca estas imágenes intensas y sagradas porque en realidad es extraordinaria. No sólo proporciona los complejos sistemas de aprovisionamiento y defensa necesarios para nuestra propia existencia: suministra una piedra angular para la humanidad, una lente a través de la cual podemos rastrear las huellas borrosas de nuestra historia.

En los últimos años hemos estado en condiciones de utilizar indicadores biológicos, como el tipo de sangre, para rastrear los desplazamientos y agrupamientos de nuestros antepasados. Al conocer de qué manera estos pueblos primitivos se adaptaron a los desafíos planteados por las dietas, los gérmenes y los climas permanentemente cambiantes, estamos aprendiendo más sobre nosotros mismos. Los cambios en el clima y el alimento disponible produjeron nuevos tipos de sangre. El tipo de sangre es el nexo inquebrantable que nos une.

Las diferencias en los tipos de sangre reflejan la capacidad humana para adaptarse a los diferentes desafíos ambientales. Por lo general estos desafíos influyeron sobre los sistemas digestivo e inmune: un trozo de carne en mal estado podía matarnos; un corte o rasguño podía convertirse en una infección mortal. Pero la raza humana sobrevivió. Y la historia de esa supervivencia está intrincadamente relacionada con nuestros sistemas digestivo e inmune. En estos dos aspectos se detecta la mayoría de las diferencias entre los tipos de sangre.

La historia de la humanidad es la historia de la supervivencia. Más específicamente, es la historia de dónde vivían los humanos y de qué se alimentaban. Concierne a la alimentación, cómo encontrar alimentos y desplazarse para dar con ellos. No se sabe con certeza cuándo comenzó la evolución humana. Los hombres del Neandertal, los primeros humanos que podemos reconocer, se pueden haber desarrollado hace 500.000 años, o quizás más.

Sabemos que la prehistoria humana comenzó en África, dónde evolucionamos a partir de homínidos o criaturas similares al hombre. La vida primitiva era breve, peligrosa y brutal. La gente moría de mil maneras diferentes -infecciones, parásitos, ataques de animales, fracturas óseas, partos, etc.- y habitualmente muy jóvenes.

Los hombres del Neandertal probablemente consumían una dieta compuesta por gusanos, vegetales silvestres crudos y restos de animales muertos por los predadores. Eran más presas que predadores, especialmente a lo que concierne a infecciones y enfermedades parasitarias. (Muchos de los parásitos, lombrices, trematodos, y microorganismos infecciosos que se encuentran en África no estimulan el sistema inmune para producir los anticuerpos específicos, probablemente porque los pueblos primitivos del Tipo O ya tenían una protección bajo la forma de anticuerpos que traían desde el nacimiento.)

A medida que la raza humana se desplazaba y se veía obligada a adaptar su dieta a las condiciones cambiantes, la nueva dieta provocaba adaptaciones en el tracto digestivo y el sistema inmune, necesarias en primer lugar para sobrevivir y luego para prosperar en cada nuevo hábitat. Estos cambios se reflejan en el desarrollo de los tipos de sangre (o grupos sanguíneos), que parecen haber surgido en momentos críticos del desarrollo humano:

  • El ascenso de los seres humanos a la cúspide de la cadena alimentaria (la evolución del tipo O hasta su máxima expresión).
  • El cambio de cazador-recolector a un estilo de vida agrícola más doméstica (aparición del tipo A).
  • La fusión y migración de las razas desde su tierra natal Africana hacia Europa, Asia y América (desarrollo del tipo B).
  • La mezcla moderna de los grupos disímiles (aparición del tipo AB)

Cada grupo sanguíneo contiene el mensaje genético de las dietas y conductas de nuestros antepasados y, aunque estamos a una gran distancia de la historia primitiva, muchos de sus rasgos y características todavía nos afectan. El hecho de conocer estas tendencias nos ayuda a comprender la lógica de las dietas para los grupos sanguíneos.

Se produce una reacción química entre nuestra sangre y los alimentos que ingerimos, esta reacción es parte de nuestra herencia genética.

Es sorprendente pero cierto que todavía hoy Siglo XXI, los sistemas inmune y digestivo todavía mantengan una preferencia por los alimentos que comían nuestros antepasados del tipo de sangre.

Sabemos que esto se debe a un factor conocido como «lectinas». Las lectinas son proteínas abundantes y diversas que se encuentran en los alimentos y tienen propiedades aglutinantes que afectan nuestra sangre. Son un medio poderoso que utilizan los organismos de la naturaleza para atacarse entre sí. Muchos gérmenes, e incluso nuestro propio sistema inmune, utilizan este súper aglutinante para su beneficio. Por ejemplo, las células de los conductos biliares de nuestro hígado tienen lectinas en sus superficies para ayudarles a capturar bacterias y parásitos. Las bacterias y otros microbios también tienen lectinas en sus superficies, que les permiten adherirse a las mucosas del cuerpo. A menudo, las lectinas utilizadas por los virus o bacterias pueden ser específicas para un tipo de sangre, haciendo que esa sangre se torne viscosa.

Lo mismo ocurre con las lectinas en los alimentos. Dicho de otra manera, cuando ingerimos un alimento que contiene proteínas lectinas incompatibles con su antígeno de la sangre, esas lectinas atacan un órgano o sistema orgánico (riñones, hígado, cerebro, estómago, etc.) y comienzan a aglutinar las células en esa zona.

Algunas lectinas de los alimentos tienen características muy análogas a ciertos antígenos de la sangre, lo cual las convierte en adversarios entre sí. Por ejemplo, la leche tiene propiedades parecidas al tipo B; si una persona del grupo sanguíneo A bebe leche, su sistema inmediatamente comenzará el proceso de aglutinación a fin de rechazarla.

He aquí un ejemplo de cómo una lectina aglutina en el organismo. Supongamos que una persona del tipo A come un plato de habas. Las habas se digieren en el estómago a través de un proceso de hidrólisis ácida. Sin embargo, la proteína lectina es resistente a la hidrólisis ácida. No llegan a ser digeridas, sino que permanecen intactas. Pueden interactuar directamente con las paredes del estómago o del tracto intestinal, o ser absorbidas en el torrente sanguíneo junto con los nutrientes de las habas digeridas. Las diferentes lectinas afectan a diferentes órganos y sistemas orgánicos.

Una vez que la proteína lectina intacta se instala en algún lugar del organismo, literalmente tiene un efecto magnético sobre las células de esa área. Aglutina las células e intenta destruirlas, como si ellas también fueran cuerpos extraños. Esta aglutinación provoca el síndrome de intestino irritable o de cirrosis hepática, o bloquea la irrigación sanguínea renal por nombrar sólo algunos de los efectos.

Después de estudiar los textos del cursos y repasar los cuatro cuadernos dedicados a las Patologías y Tratamientos Naturales, he creído conveniente concentrar el resto de mi trabajo a un tema se suma actualidad como es EL CÁNCER.

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Esta fatídica palabra esta en labios de la medicina cuando ha llegado al fracaso de sus recursos innaturales, con drogas, inyecciones, cirugía, radium, etc.

Hay que revisar cuanto antes el abordaje tradicional del cáncer porque hoy en día es indefendible que la Radioterapia y la Quimioterapia sean los tratamientos de referencia. De hecho, empiezan a oírse voces autorizadas que exigen la retirada de tantos productos quimioterapeúticos, que no sólo son caros e inútiles para superar la enfermedad, sino que en muchos casos acortan la vida de los enfermos, empeorando encima su calidad de vida. Es más, muchos de ellos,  al igual que la Radioterapia, son cancerígenos. No sólo no curan el cáncer, sino que pueden provocarlo o extenderlo.

Es indignante que a millones de personas se les oculte algo tan simple como el hecho de que ningún laboratorio farmacéutico se atreve a decir que sus productos curan el cáncer…..por la sencilla razón de que no lo hacen. Jamás ningún gran laboratorio farmacéutico ha afirmado tal cosa porque mentiría; no hay ningún producto quimioterapeútico usado por los oncólogos que cure el cáncer. Absolutamente ninguno. Aunque lo más sangrante es que se está ocultando que existen tratamientos alternativos que han demostrado su eficacia.

Al tratar de «cáncer» debiera más propiamente hablarse de «cancerosis» porque aquí no se trata de una afección local, sino de un estado general de descomposición y degeneración orgánica por sangre gravemente maleada debido a crónicos desarreglos digestivos y deficiente actividad eliminatoria de la piel del enfermo. Se explica así que sea hereditaria la predisposición al cáncer, ya que los hijos heredan la calidad de sangre de los padres. También así se explica que los hijos cancerosos puedan liberarse de su maligna herencia regenerando su propia sangre, mediante buenas digestiones y permanente actividad eliminadora de su piel.

«El ensuciamiento de las células», para el doctor Jean Seignalet, conocido autor del libro «La Alimentación, la 3ª Medicina», es la principal causa de la mayoría de las enfermedades reumatológicas, neuropsiquiátricas y autoinmunes además de ser el origen de más del 65% de los cánceres, entre otras patologías. «Ensuciamiento» que provoca los daños en el ADN que lleva a las células a cancerizarse y  que está causado principalmente por las macromoléculas bacterianas y alimentarias procedentes de la alimentación moderna que traspasan el intestino delgado y terminan acumulándose en el organismo.

Jean Seignalet ocupa en Francia-por méritos propios-un destacado lugar en la Historia de la Medicina. Y es que no fue – falleció en Montpellier en julio del 2003- un médico cualquiera. Nacido el 9 de octubre de 1936 lograría -tras obtener la licenciatura y el doctorado- la cátedra de Medicina de la Universidad de Montpellier, ciudad en la que trabajo además como médico interno. Durante 30 años dirigió el laboratorio de Histocompatibilidades del Hospital de Montpellier. Jefe de Asistencia Clínica, hematólogo, inmunólogo y posteriormente, biólogo en hospitales de alto nivel, fue pionero en su país del trasplante de órganos y tejidos, en especial los renales. Autor de más de doscientas publicaciones en las principales revistas médicas en lengua inglesa y francesa su actividad médica siempre estuvo relacionada con la Química y la Biología. Sin embargo lo que realmente le haría progresar en el ámbito de la Medicina fue -como en tantos otros casos- su propia experiencia. Y es que Seignalet  superaría una grave depresión nerviosa merced a un régimen alimenticio rico en productos crudos que excluía los cereales y los productos lácteos….llegando a la conclusión de que sus sufrimientos habían tenido mucho que ver con una mala nutrición.

De naturaleza curiosa e intrigado por el hecho de que la Medicina moderna sea incapaz siquiera de dar respuesta al origen de la mayor parte de las patologías y se limite aliviar síntomas decidió aplicar sus conocimientos multidisciplinares a establecer si existe o no relación entre ellas y la dieta. Algo que hasta el final de su vida estuvo investigando. Y eso que ya a partir de 1985 había orientado todas sus investigaciones hacía la Nutrición y su relación con las enfermedades.

Pues bien, tras examinar a sus pacientes durante años llegó a la -para muchos- sorprendente conclusión de que en la gran mayoría de las ocasiones enfermedades como la poliartritis reumatoide, la espondilitis anquilosante, la esclerosis múltiple, la depresión nerviosa, la psicosis maniacodepresiva, la esquizofrenia, el Alzheimer, el cáncer y muchas otras tienen un origen común: la alimentación actual y el ensuciamiento celular  al que da lugar. Su experiencia y conclusiones, apoyadas en cientos de referencias científicas, se encuentran expuestas en su obra La alimentación, la 3ª Medicina.

Sí, incluido el cáncer. Y esa afirmación no la hace un médico cualquiera. El prestigio en el ámbito científico de Seignalet está hoy por encima de toda duda. Y quiero recalcarlo porque sabemos bien que cuando alguien que no es oncólogo decide adentrarse en el oscuro mundo del cáncer su aportación suele ser recibida con escepticismo cuando no con abierta hostilidad.

Afortunadamente, no fue así en todos los casos. Porque Henri Joyeux -profesor de Oncología y Cirugía Digestiva de la Facultad de Medicina de Montpellier y director de Laboratorio de Nutrición y Oncología Experimental desde 1980 en el Instituto del Cáncer de Montpellier -escribió el prólogo a la quinta edición del libro de Seignalet  y no dudo en afirmar lo siguiente. «La inmensa experiencia de Seignalet le ha permitido poner en entredicho los falsos acervos y penetrar en los numerosos «no dichos» de la medicina moderna. ¡Quién se atrevería a decir que los oncólogos son tan numerosos porque hay cada vez más cánceres y que las esperanzas de curar un cáncer de pecho o cerebro hoy no son mejores que hace veinte años!  Su obra, muy documentada, realmente científica, está al alcance de todos los que reflexionan sobre la medicina del tercer milenio sin tener la «nariz clavada sobre el cristal» de su especialidad o sobre la última revista que pretende atraer lectores haciéndoles creer que mañana la ciencia solucionará todos los problemas. Jean Seignalet demuestra con la lógica de la sensatez que la alimentación puede ser la mejor o la peor de las cosas. Algunos, ineficaces científicamente, en particular en Nutrición, se ridiculizaron a sí mismos queriendo pervertir su mensaje, pero ninguno de sus numerosos colegas puso en duda sus teorías y tratamientos. Al contrario, le confiaban los enfermos a los que no sabían aliviar.

Tras muchos años de estudio y desde la visión global que le permitía su amplio conocimiento multidisciplinar Seignalet se encontró con que sólo una mínima parte de las patologías inexplicadas puede realmente deberse a la herencia genética. Y después de un proceso de descarte llegó a la conclusión de que los llamados genes de susceptibilidad -factores hereditarios- no permiten explicar por si mismos el origen de las numerosas enfermedades idiopáticas  – de etiología desconocida- que existen. Además para su desarrollo es imprescindible la intervención de factores medioambientales. Y cuando son eliminados la mayoría de ellos -radiaciones, productos químicos, tabaco y otros tóxicos- lo que queda al descubierto es que el mecanismo de desarrollo  de la mayor parte de las enfermedades, incluido el cáncer, tiene  un mismo origen: la alimentación moderna. Con un lugar común en donde todas ellas se inician: el intestino delgado.

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Seignalet afirma que la Medicina moderna está muy lejos de dar la importancia que realmente tiene al intestino delgado como parte fundamental de la salud y que, como consecuencia, los enfermos no son capaces de valorar los problemas que implica su mal funcionamiento. Sería una lástima pensar que es simplemente la asociación subconsciente entre intestino y desperdicios la que ha provocado tal ignorancia. Más bien puede que sea el resultado de no haberse preocupado hasta hace bien poco de las profundas de las profundas consecuencias que la alimentación moderna tiene sobre nuestra salud. Sin embargo, queda mucho camino por recorrer.  La Nutrición es mucho más que limitar la sal a los hipertensos, el azúcar a los diabéticos o las grasas a los obesos. «El intestino delgado -señala Seignalet- merece un estudio detallado ya que es, un órgano clave. La mucosa del intestino delgado sirve de barrera entre el medio interior del organismo y los peligrosos factores del medio ambiente: bacterias y alimentos. Y en la mayoría de las personas  esa barrera desempeña  mal su papel y permite que la atraviesen demasiadas macromoléculas. Bien, pues algunas de esas sustancias son nocivas y su acumulación, junto con factores hereditarios favorables, producen numerosas enfermedades.»

Claro que la mucosa del intestino delgado es -junto a la mucosa de los alvéolos pulmonares- la más frágil de nuestro organismo por su enorme superficie -100 metros cuadrados- y su extrema delgadez -0,025 milímetros-. Además lejos de ser un órgano de absorción selectiva permite con frecuencia el paso de moléculas que pueden provocar hasta reacciones alérgicas. Normalmente su permeabilidad está garantizada por péptidos (cadenas de aminoácidos) reguladores procedentes del sistema nervioso central y de células endocrinas presentes en el sistema  digestivo y el páncreas pero puede llegar a volverse muy permeable a causa de la agresión de distintos elementos como algunas bacterias (estafilococos, colibacilos, estreptococos, etc.), algunos medicamentos (antiinflamatorios no esteroideos, salicilatos y corticoides) y distintas situaciones de estrés ante las que el organismo genera como respuesta interferón gamma capaz de modificar la permeabilidad de la mucosa  a través de un cambio en su resistencia eléctrica. Pero, sobre todo, es la alimentación moderna la que juega un papel fundamental en la permeabilidad de la mucosa.

Es sabido que nuestros hábitos alimenticios han sufrido grandes cambios a lo largo de los siglos con la aparición reciente de nuevos productos, las modificaciones impuestas en los alimentos por las modernas técnicas de agricultura, ganadería e industria, el uso de pesticidas, la alteración genética de los alimentos, los métodos de conservación, la agregación de químicos (conservantes, espesantes, acidulantes, etc.), la actual forma de preparación con técnicas de cocinado a altas temperaturas. Y sin embargo esos cambios desarrollados principalmente en los últimos 5.000 años pero mucho más aceleradamente en el último siglo no se han visto acompañados por modificaciones sustanciales en la biología de nuestro organismo que no deja de ser el producto  de un lento proceso de evolución de millones de años. «La alimentación moderna es rica en macromoléculas -escribe Seignalet- para las que enzimas y mucinas no suelen estar adaptadas. Y es falsa la creencia de que el organismo humano es capaz de asimilar sin peligro cualquier clase de alimentos. La adaptación será muy larga en algunos casos e imposible en otros.»

La alimentación moderna, según Seignalet, influye de forma negativa en el intestino delgado, principalmente de dos maneras:

  1. Al no estar las enzimas digestivas adaptadas a la estructura de las macromoléculas de algunos nuevos alimentos su digestión termina siendo incompleta. Y como consecuencia hay en el cuerpo un exceso  de macromoléculas no digeridas que dañan las células.
  2. Los nuevos hábitos y productos tienden a modificar la flora intestinal convirtiéndola en flora de putrefacción favorecedora de bacterias peligrosas. Está comprobado que un régimen rico en carne, por ejemplo, favorece la flora de putrefacción mientras que un régimen rico en vegetales induce la proliferación de una flora de fermentación. La acción de nuestro sistema inmune acaba provocando además un exceso de macromoléculas bacterianas.

Este contenido intestinal anormal termina por agredir a la mucosa del intestino delgado provocando a través de la destrucción o deterioro de los enterocitos -los ladrillos de la mucosa- una hiperpermeabilidad intestinal  y la filtración excesiva de residuos de origen alimentario y bacteriano a la circulación general. Residuos que cuando sobrepasan la capacidad de eliminación de los emuntorios -aparato digestivo, riñones, hígado y piel principalmente- se acumulan de forma paulatina produciendo lo que Seignalet denomina ensuciamiento celular.

Seignalet constató también que una vez en la circulación general las moléculas residuales cuya estructura difiere del organismo huésped permanecen en el medio extracelular produciendo los siguientes efectos nocivos:

  • Modificación de la composición del medio.
  • Cambios en la matriz extracelular.
  • Dificultades de comunicación a distancia entre las células.
  • Fagocitosis de algunas partículas lo cual consume energía y produce radicales simples.

Por el contrario las moléculas cuya estructura es similar a la del organismo huésped pueden unirse a la membrana celular desencadenando señales bioquímicas erróneas o, incluso penetrar en el citoplasma y el núcleo creando situaciones de alto riesgo:

  • Inhibición de la acción de algunas enzimas lo cual obstaculiza el desarrollo normal de metabolismo celular.
  • Bloqueo de algunos factores no enzimáticos.
  • Acción sobre los genes, tanto en su estructura como en su regulación.
  • Consumo excesivo de energía con disminución paulatina de su producción.
  • Aumento de radicales libres.

Como es lógico, las patologías iniciadas por este ensuciamiento -extra e intracelular- necesitan tiempo para manifestarse por lo que habitualmente predominan en adultos y ancianos. «Y el resultado final -escribe Seignalet- es el sufrimiento, la muerte o la transformación de las células del mismo modo que la filtración repetida de granos de arena en un motor acaba por atascarlo o ensuciarlo e impide que funcione con normalidad».